El origen de la música folklórica oriental posee varias raíces y, a diferencia de lo que se cree, Uruguay siempre tuvo música nativa desde los tiempos de su poblamiento criollo. La cultura gauchesca se encargó de dotar a la Banda Oriental de un cancionero rioplatense criollo desde el período colonial. Se comparten con la región ritmos criollos tradicionales como el cielito, el estilo, el triste y la vidalita, danzas folclorizadas en campaña a partir de la contradanza europea como la media caña y el pericón y, a partir de mediados del siglo XIX se difunden nuevas danzas como el vals, el chotis, la polca y la mazurca, así como el gato, y la huella, ritmo compartido con Argentina, así como la chamarrita, la cifra, la milonga y la habanera, también presentes en la región sur de Brasil.1 En el folclore rural uruguayo aparecen la polca canaria, la ranchera y la payada de contrapunto, disputa cantada en verso entre dos payadores, sobre la base melódica de la milonga o la cifra, versos escritos o improvisados que relatan sucesos o hazañas, intercalados con rasgados de guitarra.2 En la segunda mitad del siglo XX pasan a ser considerados géneros locales la canción del litoral, el sobrepaso y la serranera.3
Entre los músicos más representativos del folclore rural figuran Bartolomé Hidalgo, Santiago Chalar, Osiris Rodríguez Castillos, Tabaré Etcheverry, Juan José de Mello, Cacho Labandera, Anselmo Grau, Amalia de la Vega, Marcos Velásquez, Los Cantaclaro, Abel Soria, Julio Gallego, Teresita Minetti, Oscar Ramírez, Luis Arrúa, Carlos Malo, y la polkería y la Sinfónica de Tambores, entre
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